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lunes, 10 de septiembre de 2012

El Origen de la Promiscuidad


Como en todos estos temas polémicos, existe una diversidad dramática de ver el problema. En un extremo están los que aceptan la promiscuidad como algo natural, y en el otro, los que la rechazan sin más discusión. En general parece ser un problema de carácter moral, sin embargo ―y he aquí el por qué de mi interés en escribir este artículo―, el comportamiento promiscuo, independientemente de quién lo ejecute (heterosexual, homosexual, mujer u hombre), parece originarse en lo más recóndito de nuestro ser, a saber, en la información genética.

Para algunos, este punto de vista es por completo absurdo, para otros, novedoso. Sea como sea, es bien sabido que la naturaleza humana, como la de cualquier animal sexuado, se basa en leyes que la moral (exclusiva del humano) a veces no tolera en absoluto.
El comportamiento promiscuo se asocia por lo general al hombre, no a la mujer. Y esto se debe a su naturaleza de ser. No quiere decir que la mujer no pueda serlo, en efecto lo es, pero en menor medida. Esta diferencia de sexos es precisamente la que nos da la clave para entender por qué el tema se debe tratar también desde un punto de vista de la herencia, aparte del moral. La moral, por su parte sólo puede juzgar lo que la genética propone, no cambia ninguna función biológica previamente programada.

Aclaro que no hablo de la herencia en función de los padres progenitores. Por supuesto que se transmite por medio de ellos, pero independientemente de que estos hayan sido o no promiscuos en su juventud, lo que me interesa resaltar es el aspecto filogenético de la promiscuidad que se ha dado a través de la evolución humana.
El hombre, en su contexto natural, ha jugado el papel de proveedor para su familia desde muy tempranas etapas de la evolución humana. La mujer, por su parte, ha adoptado el papel de procreadora, es la encargada, no sólo de dar vida sino de alimentar y cuidar a las crías. Y esta característica se repite en la mayoría de las especies animales. Pero en tanto la mujer (o hembra) se encarga de cuidar y alimentar a sus crías, le es imposible conseguir el alimento para sí misma y sus crías, que se alimentan de ella. Por eso, es el hombre (macho) quien sale del hogar (la cueva) y se encarga de buscar el alimento para él y su familia. Así se ha hecho por miles de generaciones a lo largo de la existencia humana, y los valores que, según la moral, se han adquirido a través del aprendizaje consciente, en realidad no se alejan mucho de esa verdad. Los roles que juega un hombre y una mujer dentro de la sociedad están determinados en parte por estas necesidades primigenias, y en parte, por la moral aprendida y modelada desde relativamente recientes fechas.

Con esto en mente, cabe pensar que la conducta sexual, destinada a la reproducción de la especie, es diferente (según las necesidades que acabamos de ver) entre hombres y mujeres. En tanto después del coito (acto en el que la mujer queda embarazada), la mujer empieza a experimentar cambios químicos y psicológicos durante el período de embarazo (por ejemplo, desgano y rechazo a las relaciones sexuales, o sentimientos de protección hacia el bebé que aún cuida en su vientre). El hombre, por su parte, no experimenta ningún cambio significativo y sigue con su vida normal, con la diferencia de que ahora él tiene una necesidad sexual que no logra satisfacer plenamente con su pareja, o al menos, no como lo hacía antes.
Esta situación "arrincona" al hombre a buscar otras alternativas, es decir, relaciones sexuales con otra mujer, una mujer que esté apta y deseosa. Si estamos buscando una explicación razonable a la cuestión de por qué el hombre tiende a ser más promiscuo, ésta sería una alternativa viable a tomar en cuenta. Por algo, dicho sea de paso, las poblaciones de mujeres propenden a ser más numerosas, y en cierta forma, también más resistentes a la vida.

Pero bueno, esto es una cuestión natural, psico-biológica que, definitivamente ha impactado en nuestras sociedades y conducta actual. Sin embargo, ¿qué hay del aspecto moral? ¿Es correcto decir que por el hecho de cargar con un antecedente filogenético de promiscuidad se justifica andar por doquier en busca de atrapar a alguien con las redes del deseo sexual? La respuesta es definitivamente no. Y no porque funcione mal la naturaleza en el hombre, sino porque existen valores y se respeta un sentimiento de lealtad, y que por cierto, también involucra amor.
Esa capacidad peculiar del ser humano de poder decidir en base a cómo otros sienten y quieren, es una responsabilidad que se debe cuidar y cumplir con cabalidad en tanto no se quiera ser juzgado y/o eliminado por los otros. El respeto a la fidelidad, la creencia en el amor y la propia dignidad, se ven involucrados y afectados en función de las decisiones de tener o no relaciones sexuales con otros que no sean "la pareja escogida". Pero ¿qué hay del hombre soltero? ¿A quién puede dañar emocional o moralmente si aún no se ha comprometido a establecer una relación de fidelidad con nadie?
He aquí que planteamos un problema existencial, no sólo para la gente gay, sino para cualquiera que se encuentre en esa condición, independientemente de su preferencia sexual. Si bien el hecho de poder identificar a una persona como "la pareja" puede hacer la diferencia en el proceder, ¿qué hacer en tanto no se pueda identificar claramente quién es la verdadera pareja? ¿Qué ocurre con las personas que no poseen una pareja estable a quien serle fiel?

La promiscuidad, ese deseo ardiente de querer estar siempre con alguien más y tener relaciones sexuales, llega a ser un patrón en la vida, que se repite una y otra vez en función de apaciguar los deseos fisiológicos psicológicos de estar y compartir con alguien sin ningún interés en pactar compromisos posteriores. Un deseo producto de un "instinto" primigenio de la humanidad no es cosa fácil de evadir. Persistirá, y en tanto más queramos disimularlo, mayor será nuestra impotencia para su control.

¿Cuál es el camino a tomar?


Puedo decidir seguir con mi vida como si nada ocurriera, tener una pareja o no, ser infiel o no, etc., pero la mejor forma de seguir adelante sin faltar a nuestras verdaderas necesidades es apelando al sentido común. La conducta promiscua no es mala per se desde el punto de vista biológico; es mal vista, eso sí. Psicológicamente no es muy recomendable, pues a la larga sólo ocasiona un profundo sentimiento de vaciez emocional y baja autoestima. Recuerda que el impulso puede ser fuerte, y las consecuencias, devastadoras.
El tener una condición de soltería, con todo el sentido de la palabra, no es motivo para dar rienda suelta al acto sexual promiscuo y desenfrenado. Eso sólo denota falta de amor propio e irresponsabilidad frente a las consecuencias indeseables. A menos que no te haga sentir esa a veces inevitable tristeza existencial puedes tener cuantos encuentros quieras. El problema detrás de toda esta diversión pasajera se oculta en aquello que no se ve a simple vista; vale mencionar las enfermedades mortales y los rumores ardientes que tarde o temprano levanta la gente a tu alrededor.
Para aquellos que cobijan la idea de que la promiscuidad no tiene nada de malo y que se trata más bien de una conducta natural del hombre, creo que sí, en efecto, saciar una necesidad por su misma naturaleza de ser no es malo, por el contrario, alivia tensiones acumuladas. Lo malo radica en obsesionarse de forma desmedida por esa opción como solución a todos los problemas de relación, pues a la larga sólo incrementa el sentido de desvalía y la indiferencia al verdadero amor.

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